Que lo que quiere es que recibas una serie de sensaciones y vivas la experiencia. Más allá de si es buena o mala, mucha gente que va a ver una película de terror y al salir dice “pues no me ha dado miedo”, otras van a ver un drama soporífero pero dicen “al final resulta bonito porque he llorado”.
Quiero decir que más allá de lo que hay están las emociones que suscita durante la experiencia.
127 horas es una de esas películas.
No le basta con relatar la historia de un hombre cuyo brazo se ha quedado atrapado entre unas rocas y no consigue moverse de ahí consciente de que nadie irá a su rescate porque nadie sabe dónde está.
Lo que quiere esta película es que vivas cada una de sus alegrías, angustias, miedos, paranoias, dolor físico y esperanza.
Y francamente 127 horas lo consigue.
127 horas te conduce por toda una gama de sensaciones y te condensa toda una experiencia vital en unos ajustadísimos 90 minutos donde no falta ni sobra nada.
La historia arranca con unos créditos anodinamente largos y cargados de vida con estilo cien por cien videoclipero mientras vemos cómo nuestro protagonista Aron Ralston (basado en hechos reales) prepara su marcha de excursionismo, senderismo por el desierto y los grandes cañones y olvida su navaja suiza (¡mierda! La debió recordar toda su vida).
Además nos explica con un par de recursos que le gusta hacer eso: libertad, coger el petate y marcharse a vivir con la naturaleza, la música a todo volumen y la soledad disfrutable.
“Just me, the music and the night. Love it”
Reconozco que soy un chico de ciudad, pero por momentos pensé: “Ey, como mola esa sensación de andar por ahí sin preocuparte de lo que sucede de verdad. Es el estado más salvaje y aventurero. ¿no?”
Tras un prólogo de puro divertimento que nos lleva hasta el minuto quince de película Danny Boyle nos enseña un montón de piruetas audiovisuales:
cámara en primera persona, imágenes fijas como si fuesen fotografías, planos de cámara en mano, panorámicas de los cañones, travellings por todos lados y todo acompañado de una música viva…
Aquí es donde se encuentra con dos chicas, de las que hace un poco de guía y les enseña las cuevas y las grietas dando esa sensación de vértigo acompañada de ese plano del trailer tan fascinante donde los protagonistas se dejan caer por una grieta a un lago y que ofrece la misma sensación que un parque de atracciones, tanto para los que lo viven, como para nosotros al verlo gracias a la gran labor del señor Danny Boyle dirigiendo y controlando tan soberbiamente la imagen, el montaje y el sonido.
Este cuarto de hora inicial comienza agobiando pero termina siendo una verdadera liberación.
Nuestro protagonista entonces se despide hasta una fiesta (con un Scooby Doo inflable fuera) y continúa su periplo.
Sé que sueno repetitivo, pero es digno de admirar el montaje y lo bien que sabe colocar Danny Boyle para que amemos la roca, sintamos su tacto, olamos su polvo, ,os desplacemos entre los recovecos y enmudezcamos en la caida y atrapamiento de brazo.
Ahí aparece el título de la película (minuto 16 nada menos) y comienza la odisea del protagonista.
Resbala, se atasca y nadie sabe donde está.
Ese es todo el argumento, pero la cosa dá para mucho, porque al señor Boyle no le faltan los recursos.