Antes de los 90, la industria de cine australiana se encontraba claramente dividida en dos partes. Por un lado, el cine prestigioso de Fred Schepisi, Peter Weir y Gilliam Amstrong, que narraban típicas historias australianas: elaboradas, diseñadas con cuidado, ricas, artísticas y con una elegancia sutil.
Por otro lado, la industria de películas de serie B estaba en auge con comedias sexuales, y películas de aventura y acción y terror comúnmente llamado “Ozplitation”
Este nacimiento creativo se apodó como Australian New Wave que mucho tuvo que ver con las ayudas e impulsos de la Commonwealth y comenzaron a sufrir una crisis en 1980 debido a la reducción de ayuda estatal hasta que fue languideciendo más y más en películas dramáticas modestas de consumo propio.
No fue hasta los 90 cuando el continente australiano se abre cada vez más hacia fuera, empieza a crear una amplia diversidad temática y narrativa y abundan las colaboraciones internacionales con la idea de redefinir su imagen cultural y pasar página de su gran éxito anterior Cocodrilo Dundee (1986) y los dramas autóctonos de realismo social con fuerte contenido cultural y pocos matices “exportables”.
Gran parte del éxito corresponde a una generación de actores australianos que rompieron fronteras y ocuparon el star system mundial con su desembarco en Hollywood siguiendo los pasos de Mel Gibson, hablamos de Geoffrey Rush, Nicole Kidman, Russell Crowe, Cate Blanchett, Eric Bana, Toni Collete, Heath Ledger o Sam Worthington entre otros.
Peter Weir (1944) se consagraba en Hollywood con producciones americanas como Matrimonio de conveniencia (Green Card, 1990) y sobre todo lograba el respaldo definitivo con El Show de Truman (The Truman Show, 1998) y Master & Commander: Al otro lado del mundo (Master & Commander: The far side of the world, 2003).
Los directores autóctonos comienzan una nueva oleada con el fin de situar Australia en el mapa y dar nuevos aires al continente olvidando los conflictos de su pasado colonial y ofrecer una visión optimista e integradora.
Fruto de ésta ola surgen a comienzos de los 90 tres películas que serían claves para dar esta nueva imagen, tres grandes éxitos internacionales que rompieron los estereotipos y convenciones del cine Australiano hasta ese entonces con temas muy conocidos, espíritu desenfadado, guiones novedosos y casi autoparódicos y grandes interpretaciones. Hablamos de El amor está en el aire (Strictly Ballroom, 1992), La boda de Muriel (Muriel’s wedding, 1994) y Las aventuras de Priscilla reina del desierto (The adventures of Priscilla, queen of Desert, 1993). El colorido de las cintas, su carácter jovial, desenfadado y festivo y su marcada índole internacional provocaron éxitos de taquilla y reconocimiento por todo el mundo.
Con éstas reinvenciones de géneros Hollywood se fue interesando progresivamente en el estilo que surgía e iba adoptando como propios grandes nombres del continente.
El paulatino éxito y reconocimiento de la industria hacia el cine de las antípodas hizo que las películas fuesen cada vez más y más internacionales y fruto de ello llegaron los grandes titulares de la historia fílmica del continente: en 1993 Jane Campion consigue con El Piano (The Piano, 1993) ocho nominaciones a los Oscar y la palma de Oro en el festival de Cannes abriendo la puerta a la integración definitiva y la exportación internacional de su cine que se continuó con la comedia familiar Babe, el cerdito valiente (Babe, 1995) que obtuvo siete nominaciones a los Oscar y se mantiene vigente a día de hoy con continuas nominaciones y premios a cintas como Moulin Rouge!, Australia, Shine, Animal Kingdom y la que es, a día de hoy, la cinta más cara de la historia del país, la comedia musical de animación Happy Feet.
Mención aparte merece el neozelandés Peter Jackson (1961), que también traspasó fronteras con el drama Criaturas celestiales (Heavenly creatures, 1994) y la maquinaria de Hollywood le reclutó para llevar a puerto grandes proyectos con abultados presupuestos como la trilogía de El señor de los anillos y el remake de King Kong. Es de reseñar tanto éste director como Baz Luhrmann, pese a estar ampliamente integrados en los engranajes americanos continúan rodando en el continente pese a que toda la producción económica procede de grandes estudios estadounidenses consiguiendo potenciar y reactivar la industria fílmica del país.
Y es que en estos 20 años, Australia y sus cineastas han lavado la imagen del continente y convirtiéndose junto al Reino Unido en los brazos derechos del imperio americano y lanzando continuamente productos comerciales que obtienen un gran éxito internacional como El Santuario (Sanctum,2001), Daybreakers (Daybreakers, 2011), Mañana cuando la guerra empiece (Tomorrow when the war began, 2010), Wolf Creek (Wolf creek, 2005) o El territorio de la bestia (Rogue, 2007). Cintas cuya nacionalidad es solo una acepción ya que se fabrican para convencer a la audiencia global.
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