“No sé para qué me lo tomo tan en serio, dicen que las mamadas son como antes enrollarse”
Netflix está optando por series con un foco muy personalizado y estudiado, con unos targets de público muy concretos para conseguir posicionarse en prácticamente todos los mercados. Cierto que han apostado por grandes series de calidad imanes para los premios como "House of Cards" o "Narcos", pero también series y productos que buscan un target muy específico de mercado como fue “Frankie and Grace” o la que nos ocupa “Love”.
Y es que Love, producida por Judd Appatow, es muy similar a lo que fue "Girls" (mismo productor), pero todavía bebiendo mucho más del cine independiente y creada muy específicamente para un grupo de millenials, de jóvenes buscando el amor del siglo XXI entre relaciones cada vez más líquidas y de afrontar la madurez en la nueva generación por parte de unos personajes que representan al completo esa cara de la juventud, apática, egoísta, adicta a la tecnología, crecida entre algodones e incapaces de asumir responsabilidades. ¿La voz de una generación como decía Lena Dunham en Girls?
No. Pero sí reflejando una realidad que el cine con sus esquemas de “comedias románticas de dos estrellas y media” ya no representan en versión mainstream: la realidad y con personajes reconocibles. Incluso en “Y de repente tú” (Trainwreck, también de Appatow) la cosa se terminaba convirtiendo en típica y funcional tras un arranque suficientemente centrado en la realidad.
El argumento de “Love” cuenta la historia de Mickey y Gus y nos los muestran tratando de recuperarse de dos rupturas que los han dejado sin rumbo. Y de repente tropiezan en la vida y tratan de poner un pie detrás de otro apoyándose inconscientemente el uno en el otro.
Love se circunscribe en esa especie de productos hipsters y modernos y es en su estilo pausado, en su formato río (como una película larga troceada) y en su cercanía a la realidad de quejica “loser” donde encuentra su verdadera autoría y voz. Entre sus principales temas no son únicamente los amorosos sino que principalmente es el paso del tiempo a la madurez, ahora más tardía para todos y con los problemas de encontrar estabilidad y aceptar las responsabilidades.
“Antes éramos la hostia de salvajes y libres. ¿No os acordáis peña? Joder, la noche que murió Elliot Smith Shaun y yo nos metimos crack y fuimos puerta por puerta contándoselo a todo el mundo. Aquella noche fue la hostia. ¿Qué coño hacéis sentados en el suelo? Vamos a meternos en la piscina. Antes, a estas alturas ya estaríamos follando con todo el mundo. Lo menos que podemos hacer es saltar a la piscina”
El carisma y la fuerza y buena escritura de los personajes y sus actores son los que otorgan el alma absoluta y entregada a la producción. Gus, interpretado por Paul Rust que aquí ejerce de creador, guionista y director (a lo Dunham) tiene uno de los papeles más tiernos y entrañables de la televisión actual, seducido por Mickey (Gillian Jacobs, la entrañable Britta de Community) como una divertida malhablada y amante de volcarse al desastre absoluto. En la aventura les acompaña la nueva compañera de piso de Mickey, interpretada por la cómica australiana Claudia O’Doherty aliviando el peso de los dos protagonistas.
Si en algo evidente se diferencia de Girls es en no entregarse a temas sexuales de manera descarada. Aquí no hay obsesión por los desnudos, aunque nunca se evitan de manera natural y los diálogos en algunos momentos son fuertes.
LOS ÁNGELES
Es curiosa la revolución que se le está dando televisivamente a Los Ángeles, antes ciudad de cine/estudios y tramas siempre girando alrededor de eso y ahora casi como un lugar para perdedores. Es curioso que Netflix haya estrenado Flaked (el último esfuerzo conjunto de Will Arnett con el creador de Arrested Development) que también acerca el mundo de la crisis de edad a otro segmento de población.
El entorno de la ciudad de las estrellas se representa como lánguido, inerte, lleno de gente que vagabundea por la vida buscando su parada. Y es verdaderamente acertado como huye de la lucha social o ser tendencia de Nueva York y se instala en un pasotismo y dejadez propio de la historia que nos quieren contar.
Los protagonistas han abrazado su ciudad y su posición social y muestran la realidad desde dentro. Gus es un tutor de una estrella infantil en Wichika, un programa de televisión que él mismo define como un cruce entre Mujeres Desesperadas y brujas. Él trata de hacerse un camino en la industria, pero es su vagancia y dejadez lo que le hace ni tan siquiera atreverse a dar el paso de intentarlo.
Mickey trabaja de productora en un programa de radio que busca arreglar los problemas sentimentales de los oyentes, pero a diferencia de esa similitud con “Sexo en Nueva York”, Mickey pasa olímpicamente de todo y simplemente está ahí por dinero y por ser un trabajo sencillo y sin complicaciones.
“Acabas de decir que si pedimos amor el mundo nos lo va a enviar pero he estado pidiéndolo sin parar y no he recibido una puta mierda. Ansiar y esperar, y desear y querer amor. Esperar el amor me ha jodido la puta vida. Pero me niego a creer que todos los capullos con los que salí en el instituto que ya están casados y suben fotos a Facebook a diario de sus hijos con… diademitas tienen la vida resuelta. Eso es una patraña. Esa no puede ser la historia. No puede serlo.”
Y sin obviar todos estos detalles, Love retrata con fuerza a los millenials, con toda esa irreverencia, gamberrismo, guiños tecnológicos y pasotismo. Al final, Love tiene corazón y sentimientos. Arrancamos desde el súmmum bohemio de una ruptura y una búsqueda de identidad, y por más que las situaciones y elecciones de los personajes parezcan estúpidas, son únicamente reales dadas su vulnerabilidad.
La estructura calmada y alargada, la narrativa pragmática de su forma en torno al contenido y su actitud millenial de esa generación que tuvo (tuvimos) que aceptar la crisis de 2008 como propia hace que sea difícil de encuadrar en el panorama cinematográfico actual y haya encontrado en la televisión la forma más astuta de desarrollarse.
En resumen, Love es un retrato generacional del amor, de todo ese grupo que por una razón u otra (egoísmo, sobreprotección patriarcal, perdedores, faltos de ambición, o dejadez) ha tenido que poner las historias de príncipes y princesas en espera.
El amor no ha cambiado, pero sí la forma de representarlo de una manera que nos podamos sentir identificados, y ese es el gran punto que Love tiene a favor.
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