
Rodrigo García siempre me ha parecido un artesano, un creador de historias, un observador de mujeres y un excelente narrador de poesía con imágenes.
Rodrigo García es al cine lo que su padre (Gabriel García Márquez) a la literatura.
Pero en eso hay un gran problema, el cine entendido como poesía es infinitamente minoritario y requiere de mucho más dinero que una novela.
Por eso las dos primeras películas del director fueron pequeñas joyas pero casi ni vistas, la maravillosa “Cosas que diría con solo mirarla” y “Nueve vidas” que mostraban el universo femenino a través de historias muy pequeñas. No me atrevería a decir que eran historias cruzadas, porque pese a que se cruzaran en algún punto, cada historia era independiente.
Después llego la puerta más comercial con ese Passengers que resultó ser un fiasco brutal tanto a nivel artístico como de industria.
En “Madres e hijas” ha conseguido encontrar el equilibrio entre las dos vertientes de su carrera: Mantiene la fragilidad y la sofisticación de sus dos primeras obras y también se adecua un poco más a los parámetros comerciales (aún dentro de su independencia).